CON LOS OJOS ABIERTOS

"El límite de mi mirada es el límite de mi mundo". Críticas, crónicas de festivales, programación de cineclubes y apuntes sobre cine.

lunes, julio 17, 2006

ALGUNOS ESTRENOS DE JUNIO

**** Obra maestra *** Hay que verla ** Válida de ver * Tiene un rasgo redimible · Sin valor

por Roger A. Koza.

Mi herida narcisista

Enredos del corazón, EE.UU., 2005
Escrita y dirigida por Mike Binder.

** Válida de ver

La película de Mike Binder ofrece una de las mejores interpretaciones de Conster, y aunque un giro canalla y consevador deteriora el film en su conjunto, esta comedia permanece siendo aceptable.

Estados Unidos produce películas con la misma eficiencia con la que produce y exporta gaseosas, hamburguesas, zapatillas y tecnologías diversas. Año tras año se manufacturan en serie cientos de historias que se consumen planetariamente con la naturalidad que se mastica un Big Mac. Hollywood no solo vende una concepción de mundo sino también un estándar narrativo, una forma de contar, acaso una lógica de interpretar.
Enredos del corazón es uno de los tantos títulos proveniente de aquella industria triunfante. Tiene estrellas reconocibles, aparenta ser una comedia, no se predica de su propuesta cinematográfica ningún desafío estético y conceptual. Sin embargo, la película dirigida y escrita por el actor Mike Binder, sin ser una excepción, posee algún que otro momento genuino, y entre tanto metraje insulso made in USA, hasta llega a ser una película digerible, ligeramente nutritiva.
Mientras que los personajes se dirigen a un entierro, una voz en off dice: “La ira ha convertido a mi madre en una mujer muy triste y amargada”. La declaración pertenece a una de las cuatro hijas de Terry (Joan Allen), aunque es también la conciencia filosófica de la película, cuyo título original bien podría ser traducido como el beneficio de la ira. Lo que viene después es la reconstrucción de los últimos tres años en la vida familiar de los Wolfmeyer, que se inicia con el supuesto abandono del padre, enamorado de su secretaria sueca y perdido en alguna ciudad escandinava. Quien conozca el dolor, en materia amorosa, de ser reemplazado por otro, habrá de entender mejor el padecimiento de Terry, ese malestar ubicuo que los discípulos de Freud denominan herida narcisista. Y la reconstrucción de la autoestima lleva un tiempo, pues implica un proceso de reconstrucción íntima en donde la ira, precisamente, es una emoción dominante. Pero Terry no está completamente sola. Su vecino Denny (Kevin Costner), una pretérita estrella de béisbol de Detroit devenido en conductor de radio, habrá de aportar un poco de Eros.
Narrativamente despareja y formalmente convencional, Binder, quien además interpreta al mujeriego productor radial de Denny, pocas veces consigue acoplar el tono dramático del relato con el género al que pertenece la película: la comedia. La angustia predomina sobre lo cómico. Esta deficiencia puede verificarse en la marcada elección musical que acompaña a todas las escenas cómicas, un motivo melódico típico que funciona como refuerzo narrativo y guiño al espectador: aquí hay que reírse. Por eso, las mejores escenas son aquellas que confían en el poder de las imágenes y en la autenticidad de sus intérpretes, como en ese pasaje en el que Costner y Allen ríen acostados en la cama, o cuando las cuatro hijas y su madre, casi al finalizar la película, se reúnen a cenar en el patio de la casa tras haber superado un evento traumático.
Si bien Binder apuesta y juega una sospechosa carta final que pone en tela de juicio el conjunto del relato, Enredos del corazón transmite un espíritu de libertad a contramano del conservadurismo imperante en el país gobernado por cowboys ignorantes. Una curiosa cita, casi inadvertida, sobre el Ladrón de bicicletas de Vittorio De Sica, es quizás el mejor comentario político y cultural de la película: a los norteamericanos no les gusta leer subtítulos.
OTROS TITULOS
Dos por el dinero, EE.UU., 2005
Dirigida por D.J. Caruso. Escrita por Dan Gilroy
* Tiene un rasgo redimible
Déjà vu , término esotérico con el que se intenta explicar una sensación de familiaridad y de repetición respecto de una experiencia nueva, a veces bajo la sospecha de que ya se ha vivido aquello que se supone es novedoso. Seguramente, Dos por el dinero no habrá de remitir a su espectador a los misterios de las vidas pasadas, pero éste bien podrá advertir que esta película ya la ha visto.
Basada en un hecho real, el nuevo film de Caruso (Robando vidas) podría partir bajo la aclaración este film está inspirado en Jerry Maguire . Al Pacino no es Cuba Gooding Jr., pero el “muéstrame el dinero” de aquella película bien podría ser el mantra de su personaje, el presidente de una agencia de pronósticos deportivos. En verdad, Dos por el dinero es una cruza menos ambiciosa entre Un domingo cualquiera y Wall Street de Oliver Stone, películas que delimitan ajustadamente el universo simbólico del film de Caruso: la subjetividad capitalista.
Brandon Lang (Matthew McConaughey, un poco más actor aunque cada más fisicoculturista), alguna vez un “quarterback” destacado de un equipo de fútbol americano de Las Vegas, tiene el don de predecir los resultados de la liga universitaria. Una herida crónica le impide jugar el deporte que su padre consideraba una religión y que él mismo lo entendía como un camino de purificación, pero su conocimiento directo del juego es un potencial negocio. Así lo concibe Walter, el personaje de Al Pacino, quien contrata a Lang y lo lleva a Nueva York para convertirlo en miembro del staff de su empresa y en una estrella televisiva de predicciones deportivas, que sirve para orientar el juego clandestino de apuestas, afición ilegal de ricos y pobres. Pero no solo de negocios viven los hombres. Detrás de estos personajes hay historias de abusos, abandonos, adicciones. Como lo expresa la propia mujer de Walter (la excelente Rene Russo): “Estamos jodidos”.
Cinematográficamente elemental, Dos por el dinero es una película de guión reforzada por la profesionalidad de algunos miembros del elenco, aunque la inconsistencia narrativa pueda constatarse, por ejemplo, en tramas secundarias que incluyen a un mafioso puertorriqueño y un empleado ejemplar de Walter, interpretados respectivamente por Armand Assante y Jeremy Piven, ambos desperdiciados en sus roles. Tal impericia se verifica también en la excesiva duración de la película, cuyo metraje es proporcional a su avidez de decirlo todo sin reconocer la elegancia de la sugerencia. Ello no impide reconocer el acierto por parte de Caruso de evitar la obligatoria escena de violencia propia de una película de apostadores. ¿Una película sin balas? Aquí la orina reemplaza a la pólvora, y si parece una grosería es preferible dicha opción a la naturalización sistemática del asesinato como forma de vida.
Como la sobrevaluada Match Point, Dos por el dinero comparte la cosmovisión del film de Allen: la vida y el juego, la rigen el azar, aunque es preferible otorgarle a los acontecimientos cierto orden secreto, descifrable, predecible. Como dice Walter se trata de vender “certeza en un mundo de incertidumbres”. Pero a diferencia del film de Allen, no es la culpa atravesada por el existencialismo ruso de Dostoyevski lo que preocupa a Caruso, sino el juego como estimulante existencial en una sociedad definida por la timba a gran escala. En ese sentido, Dos por el dinero postula una extensión de la lógica del juego a la secreta racionalidad que regula el mercado. Los vencedores no creen en la suerte. La supuesta mano invisible que ordena la economía les acaricia. Es una bella y perversa ilusión para una cultura de la competencia infinita. Una quimera de la que Brandon Lang habrá de eludir para abrazar otra fantasía no menos perversa: la pureza de los pueblos chicos.
La desaparición de Madame Rose, Francia, 2005.
Dirigida por Pascal Thomas. Escrita por P. Thomas y Nathalie Lafaurie.
* Tiene un rasgo redimible
En tiempos en donde la literatura puede ser confundida por un simulacro de ella denominado best-seller , el cine, acaso literatura por otros medios, mezquina e imprecisa definición, también experimenta su vulgaridad mercantilista. Se habla de blockbusters , de tanques cinematográficos. De allí una película basada en un libro de Agatha Christie, en vez de un ramplón tratado teológico-político y novelístico de Dan Brown, es un buen síntoma.
Lo singular de La desaparición de Madame Rose, adaptación de El cuadro, también conocido como Matrimonio de sabuesos (y en inglés, By the pricking of my thumbs), es que la trama en su conjunto ha sido desplazada de la campiña galesa a la francesa. La novedad del filme de Pascal Thomas es la apropiación cultural del universo anglosajón de Christie y su traducción concomitante a un contexto esencialmente galo. El suspenso, la lógica deductiva puesta al servicio del esclarecimiento de un crimen, el retrato psíquico de los sospechosos permanecen yuxtapuestos a una perspectiva más sociológica que psicológica. Hay un ethos que examinar, y los crímenes son una excusa para indagar.
El coronel Béresford (el excelente André Dussollier) se especializa en materia de seguridad y vigilancia, cuyo objetivo principal es velar por el bienestar de Europa. Su mujer, Prudence (Catherine Frot), no tiene una profesión determinada, pero posee una intuición particular para detectar irregularidades de todo tipo. Un día cualquiera visitan a la tía del coronel recluida en un geriátrico, también militar. Ella sospecha que en la casa de retiro están asesinando a sus internos, los envenenan, quizás vendan sus órganos, sostiene. Una compañera de la tía, una trastornada mujer, Rose (Génèvieve Bujold), parece confirmar su especulación, mientras que intercambia unas palabras con Prudence. Días después muere la tía, y, misteriosamente, Rose desaparece, aunque un cuadro obsequiado por Rose a la parienta difunta precipita la imaginación detectivesca de Prudence y su obsesión compulsiva a resolver el caso. El cuadro es una mancha, un indicio de que algo no está bien.
Onírica y atmosférica, La desaparición de Madame Rose oscila entre la comedia y el policial, sin conseguir urdir lo humorístico y lo criminal en función de su trama. Si el filme de Thomas se sostiene es por el conjunto de sus intérpretes y su puesta en escena. En ese sentido, uno puede comprender la conformación social de quienes habitan la campiña francesa, pues los detalles elegidos por Thomas funcionan como una exposición precisa de un estilo de vida. “Las aldeas pacíficas no existen”, dice un personaje. Ese es el inconsciente de la película, su tesis encubierta, el mensaje que no llega del todo a esclarecerse pero que insiste en enunciarse: hay mugre y perversión por detrás de la armonía social de los pequeños pueblos.
La desaparición de Madame Rose es una película menor, imperfecta, por momentos perezosa en extraer de sus elementos constitutivos la riqueza de su propuesta. Thomas no es Claude Chabrol, ni Bruno Dumont, por ejemplo, realizadores capaces de plasmar magistralmente el malestar bucólico. Pero Thomas, a diferencia de éstos, no dimite de valerse del humor; una decisión valiente y arriesgada que ennoblece un resultado no del todo satisfactorio.
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Roger Alan Koza / Con los ojos abiertos
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* Las tres críticas fueron publicadas durante el mes de junio por La Voz del Interior, matutino de la ciudad de Córdoba.