CON LOS OJOS ABIERTOS

"El límite de mi mirada es el límite de mi mundo". Críticas, crónicas de festivales, programación de cineclubes y apuntes sobre cine.

lunes, abril 09, 2007

ESTRENOS DE LA SEMANA

**** Obra maestra *** Hay que verla ** Válida de ver * Tiene un rasgo redimible · Sin valor

por Roger A. Koza.

Amar es traducir, amar es resistir.

Cartas desde Iwo Jiwa, EE.UU., 2006.
Dirigida por Clint Eastwood. Escrita por Iris Yamashita y Paul Haggis.

**** Obra maestra



Moolaadé -Protección, Burkina Faso, Francia, Marruecos, Senegal, Túnez, 2004.
Escrita y dirigida por Ousmane Sembené.

*** Hay que verla

Dos películas muy diferentes elevan la cartelera comercial, porque dos maestros del medio, uno conservador y el otro progresista, aunque ambos pertenecientes a la tercera edad, demuestran que la senectud no es incompatible con la innovación y la vitalidad, en propuestas en donde lo formal y lo conceptual se combinan perfectamente.


Quizás uno de los pocos momentos decentes de la ya olvidada, por su trivialidad obscena y chauvinismo soberano, ceremonia de los oscar, fue ese extraño y cálido pasaje en el que Ennio Morricone agradecía en italiano y Clint Eastwood traducía simultáneamente al maestro de música para que una audiencia pletórica de estrellas monolingües pudieran entender. ¿Eastwood traductor?

Que un director de cine identificado con esa potencia prepotente denominada Estados Unidos, cuya aventura imperialista en Irak sigue vigente como si fuera un éxito de taquilla, decida revisar una batalla pretérita desde el punto de vista del enemigo debería llamar la atención. Más todavía, cuando el filme en cuestión está íntegramente hablado en japonés, y funciona además como un contrapunto cultural de un film que le precede en el que Eastwood visualiza el mismo conflicto bélico pero desde la perspectiva estadounidense.

La invasión a la isla de Iwo Jiwa duró un poco más de un mes, a principios de 1945. 100.000 aliados contra 22.000 representantes del emperador Hirohito. La táctica nipona, a cargo del general Kuribayashi, interpretado magistralmente por Ken Watanabe, fue la construcción de unas 5.000 cuevas para defender un territorio estratégicamente significativo. El blanco siguiente, ante la derrota, era Tokio.

En ese contexto histórico Eastwood elige un tipo específico de texto, un género literario capaz de respetar la diferencia cultural aunque también de apelar a un espíritu universal: la carta. En efecto, son las cartas escritas por soldados japoneses lo que hilvana parte de la narración, en la que un conjunto de justificados flashbacks humanizan a estos soldados, cuyos valores abstractos evidencian que se trata de un mundo distinto. Entre la guerra y el recuerdo, el deber y la memoria, la patria y la existencia, Cartas de Iwo Jiwa postula la única tesis razonable que un film antibélico puede sostener: en la guerra no hay ni vencedores ni vencidos, sólo sobrevivientes.

¿Dos películas? Seguro, dos concepciones de mundo que necesitan estar separadas para que, paradójicamente, puedan constituir un espacio mínimo en donde el Otro siendo otro pueda ser comprendido en su inquietante diferencia. En ese sentido, el esfuerzo del realizador ya no sólo consiste en aprender un lenguaje, sino en poder experimentar el mundo desde el horizonte cultural cuya implicancia alcanza hasta la percepción misma del cuerpo. Es por eso que hay un pasaje que se repite en ambas películas, y coincide con un suicidio ritual colectivo en donde el despedazamiento del cuerpo humano acentúa las desavenencias entre culturas. Eso incluso tiene un correlato en las escenas bélicas: la representación del campo de batalla y los movimientos de combate son desemejantes.

A diferencia de la misantropía festiva de Los infiltrados, y de Babel, cuya axioma es amo a la humanidad pero odio a los hombres, Las cartas de Iwo Jiwa describe una humanidad belicosa aunque sus soldados, de ambos bandos, son hombres que aman, sufren, obedecen y sueñan. Spielberg y su soldado Ryan habrán alterado nuestra percepción de la guerra, pero no cómo pensarla. Ambos filmes de Eastwood, junto con La delgada línea roja , son la excepción de una regla de todas las películas de guerra: un reclutamiento por otros medios. Tanto Eastwood como Mallick entienden que conocer el rostro del enemigo, de entenderle en su habla, es dislocar la pulsión belicosa. Intuyen que la traducción es una forma de amar.


Mientras que el noveno BAFICI abrió el último martes a la noche con un excelente filme africano, Bamako , de Abderrahmane Sissako, aquí en Córdoba se estrena la última película del padre fundador del cine africano, Moolaadé o Protección , de Ousmane Sembéne, cuyo término en wolof traducido al español significa protección.

Es una oportunidad única para desmarcarse de dos prejuicios dominantes en el imaginario colectivo a la hora de escuchar la palabra África: el primero, difundido por películas bienpensantes como Diamante de sangre o secretamente perversas como El jardinero fiel, en donde el continente es representado como un conjunto de calamidades inalterables, excepto si los buenos hombres blancos intervienen en la ayuda de los desamparados. A este paternalismo caucásico, le sigue un prejuicio fundado en la ignorancia: África es casi un equivalente a Animal Planet. Hay cebras, jirafas, leones, quizás Tarzán, aunque se sospecha de que vive una multitud sin rostro, supuestamente primitiva, acaso inconmensurable.

Pero he aquí un filme sobresaliente que viene a desvirgar nuestra inocencia. He aquí un filme de un maestro de 84 años con una carrera impecable, tanto como cineasta como novelista. En Protección, segundo film perteneciente a una trilogía que celebra y reconoce el heroísmo de la mujer africana en su vida cotidiana, Sembéne ejemplifica narrativamente la noción de resistencia política: las mujeres de una aldea destituyen el poder clerical masculino negándose a extirpar el clítoris de sus niñas. Es una práctica pretérita destinada a “purificar” a la mujer, aunque todavía ejercitada en 28 estados del África contemporáneo. Y como Sembéne habrá de señalar: su genealogía no es religiosa.

Todo comienza cuando Mama Colle decide decretar el Moolaadé, una suerte de protección tribal, aquí convocado para evitar la ablación del clítoris de cuatro niñas. La institución de este sistema de auxilio implica tan solo que Colle pronuncie la palabra e instituya, gracias a una soga de colores múltiples, una zona libre del alcance de la Salindana, el grupo de mujeres encargadas de “purificar” a las niñas. Es un universo simbólico, y la palabra tiene un poder. A una superstición se le responde con otra.

Por momentos, Protección puede parecer un film sencillo con un objetivo narrativo ostensible. No obstante, una mirada más atenta puede develar en la fina construcción de su relato una crítica más compleja a la sociedad que retrata, cuya prueba excelsa habrá de verificarse en algunos personajes no carentes de ambigüedades, como aquel vendedor conocido como el mercenario y el joven futuro líder del pueblo que regresa de Europa.

No es un relato exento de dramatismo, mas esta cultura africana parece denotar una jovialidad y vitalismo que compensa el rigor y el drama de la contienda ante el falocentrismo primitivo de los administradores religiosos de la comunidad. Por eso, un espectador atento no dejará de sorprenderse ante la densidad informativa que el filme ofrece. Su puesta en escena es un viaje material y orgánico a una comunidad específica.

Un filme singular y universal; un filme que descubre una cultura desconocida, a pesar de que los derechos en cuestión son reconocibles por cualquier espectador de nuestro mundo.


TODAS LAS CRÍTICAS HAN SIDO PUBLICADAEN EL DIARIO LA VOZ DEL INTERIOR DE LA CIUDAD DE CÓRDOBA (5 y 6/04/07)
COPYRYLEF 2000-2007/ ROGER ALAN KOZA