CON LOS OJOS ABIERTOS

"El límite de mi mirada es el límite de mi mundo". Críticas, crónicas de festivales, programación de cineclubes y apuntes sobre cine.

martes, febrero 13, 2007

ALGUNOS ESTRENOS DE ENERO Y FEBRERO

**** Obra maestra *** Hay que verla ** Válida de ver * Tiene un rasgo redimible · Sin valor

por Roger A. Koza.

Modos de ver

La vida secreta de las palabras, España, 2005.
Escrita y dirigida por Isabel Coixet

** Válida de ver

El nuevo filme de Coixet, comparado a la banalidad acostumbrada que se ven las salas semanalmente, puede parecer un gran film, aunque una mirada atenta confirma que el talento de la realizadora es innegable, incluso cuando se trata de una película trivial con pretensiones existenciales desmedidas.

El cine español es hoy un universo diverso: ¿qué liga la magistral Honor de caballería de Alberto Serra a Volver de Almodóvar, o El cielo gira de Mercedes Álvarez a una película firmada por Amenábar?

Isabel Coixet es catalana pero sus películas están habladas en inglés e interpretadas por actores anglosajones, y no por ello se parecen al cine hegemónico realizado en Los Angeles, pues Coixet intuye un mundo en donde lo extraño y extraordinario gobiernan, de lo que se predica un modo de verlo y filmarlo. Su cine es una indagación discreta sobre la percepción.

Quienes hayan visto Mi vida sin mí, una película mucho más consistente que La vida secreta de las palabras, habrán de reconocer una predilección por el drama intimista. Aquí, la excelente Sarah Polley interpreta a Hanna, una mujer solitaria y sorda, casi fóbica, que trabaja estoicamente en una fábrica de Irlanda del Norte. Su acento y su nombre indican que es extranjera, probablemente de alguna región de Europa oriental. Hace años que no toma vacaciones, y por presión del sindicato, su jefe le exige que tome descanso. ¿Mar, palmeras, sol? No, un lugar más frío, ideal para sujetos huraños.

Quizás su lógica íntima le exija trabajar para no pensar, ocuparse para no abdicar. Por eso, en pleno descanso toma un puesto como enfermera en una plataforma de petróleo en medio del mar. Allí tiene que cuidar a un hombre accidentado, momentáneamente ciego tras haberse quemado (Tim Robbins), mientras convive con un oceanógrafo, un cocinero, y otros hombres que trabajan en la plataforma. Es un microcosmos de solitarios en un paisaje determinado por la repetición.

Si bien el filme se define por el vínculo que se establece entre el convaleciente y la enfermera, en donde conversar es una terapéutica compartida y un método de conjura sobre experiencias pasadas atravesadas por un gran padecimiento personal e histórico en un caso, y en el otro por una tragedia de índole amoroso, Coixet insiste en explorar nuestros modos de ver, o cómo las palabras constituyen la forma de mirar; incluso, indirectamente, hasta dónde el cine necesita de palabras para mostrar.

En una pasaje aparentemente menor, Hanna inspecciona el cuarto de su paciente. En el escritorio hay un libro de John Berger, Modos de ver. Al finalizar la película, hay una doble dedicación, que incluye a Berger (y también a una organización internacional que lucha contra la tortura en el mundo). En ese hermoso libro se puede leer: “Yo creo que uno mira las pinturas en la esperanza de descubrir un secreto. No un secreto sobre el arte, sino sobre la vida. Y si lo descubre, seguirá siendo un secreto, porque, después de todo, no se puede traducir a palabras. Con las palabras lo único que se puede hacer es trazar, a mano, un tosco mapa para llegar al secreto”.

Tímidamente, el cine ilumina el secreto físico del mundo, y nosotros en él. Coixet captura ese secreto cuando no le impone excesivos parlamentos a sus criaturas, propios de un guión dispuesto a decirlo todo.

Posmodernidad animada

La increíble pero cierta historia de Caperucita Roja, EE.UU., 2006).
Escrita y dirigida por Cory y Todd Edwards

* Tiene un rasgo redimible


Dragones: destino de fuego, Perú, 2006
Dirigida por Eduardo Schuldt. Escrita por Giovanna Pollarolo y Enrique Moncloe.

*Tiene un rasgo redimible

Dos películas muy distintas y de orígenes similes demuestran que la animación se posmoderniza a fuerza de citas pop, películas de los 90 y los mismos gestos que año tras año hacen del supuesto cine para niños un entrenamiento para una cultura globalizada.

Había una vez un tiempo en donde no había literatura para niños. Los cuentos populares se transmitían oralmente de generación a generación, y si bien oficiaban como legado simbólico a las futuras generaciones no eran prerrogativa de los infantes. Bajo el signo de Gutemberg, es decir ante la democratización del saber implícito en la invención de la imprenta, hubo quienes rescribieron aquellas historias. Charles Perrault primero en el siglo XVII, los hermanos Grimm después en el albor del siglo XIX, entre tantos títulos clásicos que compilaron y recrearon yacía Caperucita Roja.

Probablemente, los responsables de esta versión cinematográfica del cuento les importe un comino cómo adaptar una tradición oral determinada a la sensibilidad narrativa contemporánea. O quizás, los cuentos de hadas ya son incompatibles con la imaginación infantil del siglo XXI, y sólo se trata, entonces, de parodiar, ironizar y remixar los motivos literarios de antaño en una cultura masiva y agrafa, cuya función excluyente es el entretenimiento infinito.

Hija de Shrek, el dibujito posmoderno por excelencia, La increíble pero cierta historia de Caperucita Roja arranca con la visualización literal de un libro que se abre y adquiere tres dimensiones. La historia la conocen todos, pero no lo que se puede leer entre líneas. El lobo, Caperucita, la abuela y el legendario leñador están ligados por un misterioso robo de recetas. De aquel mítico pasaje en el que un lobo travestido en anciana se está por comer a la niña el filme de Edwards deviene en un policial epistemológico en donde la verdad es una perspectiva. Un inspector rana y un oso pardo jefe de policía intentan esclarecer qué ocurrió previo a la escena de un crimen no cometido. Y para ello apelan a la versión de cada uno de los involucrados. ¿Un Rashomon para toda la familia? Increíble pero pertinente, la referencia al filme de Kurosawa no es caprichosa, aunque finalmente aquí todo se explique y un inesperado malhechor bastante parecido a Bugs Bunny sea el único culpable.

Pastiche posmoderno inocuo, esta versión de Caperucita es un notable síntoma cultural y cinematográfico. Se trata de tomar un cuento clásico como pretexto (bo)lúdico en donde el gag y las mil y una citas al universo pop se combinan a través de temas musicales y escenas que remiten a otras películas recientes (Matrix, Misión Imposible), de tal modo que se constituya una especie de historia mientras que la estética elegida la protege de su soberana insignificancia. El resultado final es un cuento clásico descafeinado, desprovisto de sustancia.

En efecto, la riqueza simbólica de Caperucita, sus alusiones oblicuas a la sexualidad, la moral, el paso a la madurez habrá que buscarla en otros cuentos animados. O simplemente pedir que Guillermo del Toro, el responsable de la excelente El laberinto del fauno, un ejemplo eximio de transposición del cuento de hadas al cine, se pase a la animación destinada a los más chicos. Seguro que el mejicano habrá leído a Bruno Bettelheim; seguramente, a diferencia de Edwards y los hermanos Weinstein, no subestimará el poder simbólico de los cuentos de hadas.

Madeinusa y Días de Santiago, dieron señales que desde la tierra de los Incas había un cine vital, uno que intentaba articular un discurso propio dentro de ese lenguaje universal, el cine, acaso nuestro esperanto audiovisual.

Hay casi una celebración acrítica respecto de Dragones: destino de fuego, en donde muchos críticos eligen el elogio chauvinista: en Latinoamérica también se puede hacer cine de animación. En efecto, es meritorio que por segunda vez Eduardo Schuldt insista con un filme realizado en 3D. Es bienvenido, también, que se conciba películas para niños todavía no expuestos al nihilismo pop de los Simpsons, es decir películas destinadas a un sector infantil en el que todavía se está articulando un ABC de cómo interpretar y valorar el mundo y quienes viven en él. Se supone, al menos en voz del autor, que este es un filme-vehículo de valores en tono regional, aunque es la tolerancia, la virtud pública por excelencia del liberalismo, el “mensaje” a transmitir.

¿Una historia de cóndores? ¿Un dragón en los Andes? Difícilmente existan dragones en la tradición mítica precolombina, ni siquiera Quetzacóalt puede identificarse como tal. Pero en este relato, los dragones viven en un reino subterráneo, mientras que hay en la selva y en las alturas otras comunidades de seres vivientes. Como en la mayoría de las películas made in usa, los animales hablan, y aquí, lógicamente, en castellano. Una familia de cóndores encuentra un huevo de dragón en una cueva perdida. El dragón que habrá de nacer, Sinchi, tendrá que sobrellevar su congénita diferencia. Mientras es el hazmerreír de sus hermanos, Sinchi será reconocido por una dragona como John John, el príncipe de los dragones. Y le espera cumplir una tarea profética: liberar a los suyos, un linaje de dragones libres y justos que han sido sometidos por otra casta, más proclive a la explotación y al uso de la fuerza como estilo de vida.

Madeinusa, Usnavy, Darling, son nombres propios que se usan en el Perú. Esta apropiación simbólica de la identidad andina es, por otros medios, el problema central de Dragones: destino de fuego, en donde la estructura narrativa y concepción cinematográfica repite a imagen y semejanza una idea de cine típico de gringos. Desde un entrenamiento físico musicalizado con la banda de sonido de Rocky, pasando por una lucha en la estética de Matrix, y el ya obligatorio eructo, soberanía del ogro verde que todos aman, el filme de Schuldt pretende ser un relato universal, sin advertir que ésta se articula a propósito de un motivo local o regional. Sentenciar, por ejemplo, “quien destruye a la naturaleza se destruye a sí mismo” es una declaración hueca sino se comprende la especificidad cultural de ese imperativo.

En ese sentido, filmes como Mi vecino Totoro y La princesa de Mononoke, de Miyazaki, o Kirikou y la hechicera, de Ocelot, son paradigmáticos de un cine lejos de la gramática de Disney y sus sucursales mediante, capaces de honrar la tradición a la que pertenecen sin dejar de ser legítimamente universales. Aunque a los chicos le gusta cualquier cosa, dicen.

Cuestión de gracia

Sálvese quien pueda, Reino Unido, 2005. Dirigida por Niall Johnson. Escrita por Richard Russo y N. Johnson.

* Tiene un rasgo redimible.

Otra comedia moralizante con grandes intérpretes pero íntegramente anodina, sin la inteligencia característica de la mejor tradición inglesa.

¿Una comedia negra? ¿Humor inglés en la tradición de El divino Ned o El jardín de la alegría? ¿Una película-meditación sobre la gracia en sentido teológico? ¿El regreso de Mary Poppins devenida en asesina serial? La presencia de Rowan Mr. Bean Atkinson no debe confundir, pues Sálvese quien pueda puede ser muchas cosas, pero no es otra excusa para que el talentoso comediante (y actor) Atkinson repita la formula de su célebre personaje enajenado y fóbico, una máquina gestual burlesca; Atkinson aquí no es Mr. Bean.

La comedia dirigida por Niall Johnson, a veces interesante, ocasionalmente cómica, y siempre sostenida en sus intérpretes, es un conglomerado de lugares comunes de todo lo que puede esperarse de un filme con acento británico: bellos paisajes naturales, una comunidad típica representante de una moral específica, problemas matrimoniales, un difuso examen sobre las costumbres, incluso alguna crítica a los norteamericanos, esos que hablan el mismo idioma pero son penosamente distintos.

En un pueblo remoto llamado Little Wallop, en donde viven 57 personas (al menos al inicio del relato), un vicario ensimismado en sus quehaceres parroquiales no puede ni advertir que su mujer está a punto de iniciar un affaire con su inescrupuloso profesor de golf yanqui, ni reparar que su hija es una ninfómana. Los feligreses, mientras tanto, viven una fe mecánica, aunque el eclesiástico no deja de cavilar sobre “los misteriosos caminos de Dios”, título de una conferencia que habrá de leer en una convención. Y Dios, efectivamente, al menos en la interpretación tardía del religioso, parece intervenir a través de su nueva ama de llaves, Grace, nombre propio que en inglés significa Gracia. Será esta mujer casi abuela quien alterará la vida de esta familia en crisis, cuyo pasado sombrío guarda un secreto inesperado.

Narrativamente predecible, el potencial humorístico del filme queda anulado desde un principio, cuando un flashback explica y presenta la propensión psicótica y homicida de uno de sus personajes centrales. Ni que decir de la pereza estética que sobrevuela cada fotograma, incluyendo el registro fotográfico respecto de una región objetivamente bella, en donde lo bello se ve como postal. Lo que no es previsible es la exégesis con la que se examina a la gracia, ni actual ni santificante, más bien diabólica. En ese sentido, Johnson retoma la problemática relación entre medios y fines, y le da un giro no exento de polémica.

Para una película que no tiene mucha gracia, ahora en un sentido profano, su insistencia por incorporar lo cómico al discurso religioso puede ser paradójica, aunque la sugerencia es justificada. Y si se trata de provocar, el pasaje en el que se cita El cantar de los cantares aporta lo suyo. Después de todo, hay una dosis de erotismo solapado en ciertos libros de las sagradas escrituras. Pero sus detalles polémicos y un elenco excepcional (incluido Patrick Swayze, capaz de humillarse voluntariamente a partir de su perfil nefasto de estadounidense patético) no alcanzan para redimir una película que pretende ser cómica, y que ni siquiera con su omnipresente apoyo musical propio del género, captura la gracia característica de lo cómico.

TODAS LAS CRÍTICAS HAN SIDO PUBLICADA
EN EL DIARIO LA VOZ DEL INTERTIOR DE LA CIUDAD DE CÓRDOBA -
DURANTE LOS MESES DE ENERO Y FEBRERO 2007


COPYRYLEF 2000-2007/ ROGER ALAN KOZA

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