CON LOS OJOS ABIERTOS

"El límite de mi mirada es el límite de mi mundo". Críticas, crónicas de festivales, programación de cineclubes y apuntes sobre cine.

jueves, julio 20, 2006

CANNES 2006: PEDRO Y LOS LOBOS


¿Lo viste a Pedro? Esa fue la pregunta dominante desde mi regreso de Cannes. Para la gente de mi generación Almodóvar es un ícono de trasgresión y buen cine. Veinte años atrás, quizás. La experiencia del realizador de Mujeres al borde de un ataque de nervios en Cannes no es del todo satisfactoria. Todo sobre mi madre, la gran favorita en 1999, con justicia y necesidad, era desplazada por Rosetta, esa obra maestra de los Dardenne que el presidente del jurado David Cronenberg bautizó como cine del futuro.

En esta edición número 59 del festival, Almodóvar se ancló en la Costa Azul con medio palmar bajo el brazo, aunque otro veterano, más político y menos célebre que él, Ken Loach, se quedó con el honor y el reconocimiento. Pedro nunca dejó de sonreír, pues las celebridades son impunes e invulnerables ante ese banal gran Otro anónimo que las consagra. Volver, acaso su película más convencional, llevó algún que otro premio, y la aprobación general del público.

Pero ni Loach, ni Almodóvar, son parte de ese linaje al que Cronenberg denominó cine del futuro. De la competencia oficial, ningún otro nombre excepto uno: Pedro. ¿Almodóvar? No, Costa, Pedro Costa. El director portugués era la anomalía, la objeción al prosaísmo revestido de glamour que caracteriza la corte y la muchedumbre reunidas en la famosa Croisette; Costa fue el solitario militante de la sensatez y la rabia, el aval de lo Real.

Tal vez había señales de ese cine del futuro en alguna selección paralela. Tanto en Una Cierta Mirada como en las muestras paralelas de la Quincena de los realizadores y la Semana de la Crítica, se podía verificar ese dialecto minoritario de un cine destinado a protestar y contrarrestar una lógica unidimensional de la imagen. Pedro contra Pedro.

Fast Food Nation, de Richard Linklater, quizás no sea cine del futuro, pero sí intenta cuestionar el presente. Esta adaptación del reciente best-seller escrito por Eric Schlosser de título homónimo, fue acaso unas de las películas menos valoradas de la competencia oficial. Fast Food Nation no tiene la elegancia de Antes del atardecer, o la innovación formal de Despertando a la vida (que Linklater repite en su thriller político basado en una pieza de Philip Dick, A Scanner Darkly, visto en Una Cierta Mirada). Pero es una película ambiciosa que intenta pensar estructuralmente el orden económico y simbólico de una nación patológica, la estadounidense. Fast Food Nation es una versión madura y verdaderamente política de Supersize me, aquel documental simpático sobre un tipo que decide comer comida chatarra por un mes. Aquí, el gerente de una compañía, muy parecida a Burger King, descubre que su hamburguesa tiene gusto a mierda, e inicia una pesquisa sobre la totalidad del proceso de elaboración de la misma. Linklater ensambla una narración coherente que intenta demostrar el conjunto de los factores políticos y sociológicos involucrados en la producción de alimentos, de lo que se predica no solo una dietética específica sino una ética determinada. En efecto, una hamburguesa conlleva una historia secreta de explotación: obreros mejicanos ilegales, cinismo corporativo, resentimiento de clase y una insatisfacción social generalizada que come literalmente mierda. Somos los que comemos, dicen los macrobióticos.

La guerra fue unos de los tópicos determinantes en Cannes. Flandres, de Dumont, El viento que mueve la cebada, de Loach, Indìgenes, de Bouchareb, daban cuenta de ello. Pero si la guerra es la política por otros medios, Southland Tales, de Richard Kelly era el film a analizar. Por compromisos laborales no pude ver el film del director de la excelente Donnie Darko, aunque la apreciación de algunos colegas indicaba que Kelly seguía siendo confiable; Jim Hoberman, del semanario Village Voice, llegó a comparar el segundo film de Kelly con El camino de los sueños de David Lynch.

Lo que sí pude ver mientras seguía fielmente mi apretada agenda diseñada por la gente del festival de Hamburgo fue El caimán de Nanni Moretti. Tras mucho tiempo de ausencia, el regreso de Moretti es un regreso sin gloria, y bien se explica a partir de la propia naturaleza de su película. El caimán, ante todo, es una película, no como Fahrenheit 9/11 de Moore, un panfleto audiovisual contra otro cocodrilo más peligroso que Berlusconi. La diferencia entre el film de Moretti y el de Moore reside en que el de Moretti llega tras la derrota del magnate, y por tanto padece, misteriosamente, de cierto anacronismo. Formalmente convencional, Moretti cede su lugar en el papel principal a Silvio Orlando, quien interpreta un productor de películas clase b en decadencia profesional y familiar. Su vida cambia cuando recibe un nuevo proyecto artístico: un film sobre Berlusconi. El caimán es más un film sobre un film de Berlusconi, uno que nunca llega a materializarse por completo. A diferencia de Aprile, el material familiar y político no se combina de tal modo que puedan ofrecer un retrato convincente de la Italia de Berlusconi. Más allá de su trama, el film de Moretti en sí es el mejor comentario respecto del régimen: un creador, un verdadero artista como él, no ha quedado inmune. El fascismo mediático esteriliza las potencias creativas de un pueblo y de sus artistas.

Crónica de una fuga, del uruguayo Adrián Caetano, representaba a Argentina. Es cierto, fue muy aplaudida, aunque la recepción de la crítica no fue del todo homogénea. Mientras que estaba en Cannes me preguntaba: “si Caetano gana algo, ¿quién festeja? ¿Los uruguayos o los argentinos?” A la controversia de las papeleras había que sumarle el posible litigio sobre el mérito de un premio cinematográfico. Y para colmo, en Argentina, a propósito de un proyecto delirante (el poder siempre delira) se discutía si la bandera argentina tenía que aparecer o no antes de cualquier producción cinematográfica nacional.

El film de Caetano es prolijo, consistente, y bien transmite lo que Elaine Scarry denomina deshacer un mundo, o la tortura como ejercicio de debilitamiento de las coordenadas simbólicas que sostienen la identidad. Humillar, tan sólo humillar es el placer de quien castiga. La historia real de Claudio Tamburrini, ayer arquero de fútbol, hoy filósofo exiliado en Suecia, quien junto a otros tres detenidos lograron escapar del centro de detención clandestina conocido como la Mansión Seré, tiene todos los elementos para que Caetano transforme un acto de supervivencia en material propio de un film de género. Crónica de una fuga es estéticamente impecable: los encuadres y los movimientos de cámara son virtuosos, a tal punto que ni se llega a ver los genitales de los detenidos. Y es en su exagerada perfección formal, precisamente, en donde el film de Caetano neutraliza cierto recelo de radicalizar su cuento de libertad, a pesar de señalar intrépidamente el disenso entre los militantes detenidos. Mas cuando se compara el film de Caetano, penúltimo en la programación de la competencia oficial, con El laberinto del fauno, de Guillermo Del Toro, último de la lista, la irrespirable perfección con presupuesto del film mejicano convierte al film de Caetano en un austera y loable propuesta de cine de género. En efecto, este nuevo intento por parte del realizador de El espinazo del diablo, de combinar relato fantástico con meditación política se diluye en su fidelidad a un género más propio para le paganismo pop de la saga Harry Potter, en donde las consecuencias fascistas de la guerra civil española devienen en mera caricatura. Y sin embargo, es preferible el cine de Del Toro que el existencialismo globalizado de su compatriota Iñárritu, cuya Babel obtuvo las genuflexiones literarias de Variety y Hollywood Reporter. El cine de Iñárritú pesa exactamente 21 gramos, incluso con un palmar en la mano.

En verdad, los ecologistas de las papeleras deberían venir a protestar a Cannes. Aquí su causa sería incuestionable. Toneladas de papel se gastan día a día para vender películas geniales o mediocres, además de los gratuitos ejemplares de esas revistas vulgares de cine que circulan como material de lectura dispensable. Es que Cannes es esencialmente un gran negocio. Vincent Cassell, así lo sentenció en la ceremonia de clausura, y la estructura del festival, incluso la orientación en su selección está organizada por un criterio, no exclusivo pero dominante, propio de una racionalidad económica. Así, la meta-sección conocida como El mercado de las películas, en donde se programan cientos de películas provenientes de todo el mundo, es el corazón de Cannes, su Wall Street. Y en su oferta se refleja las economías del mundo. Los japoneses, los europeos, los estadounidenses, señorean. En efecto, hay un orden de continuidad entre el estadio industrial de una nación y su cine. El caso es que Brasil, Argentina y México constituyen las excepciones de Latinoamérica, continente empobrecido, subdesarrollado, devastado. Esas impersonales funciones del Marche du Film, en donde programadores de festivales, distribuidores, y todo tipo de gente relacionada con la industria del cine, salen y entran de una función a otra como si se tratara de la oferta de un prostíbulo, alcanzan para comparar el material informativo de un film argentino, por ejemplo, con uno cubano; ni que decir cuando la película en ciernes es coreana o japonesa. Viendo la coreana For Horowitz, una película horrible muy parecida a Together de Chen Caige, me regalaron el CD con la música del film antes de entrar a la sala. Pero en esas mismas funciones pude ver dos películas que compensaron días de sequía audiovisual: la fantástica y onírica Klimt, sobre la vida del artista plástico interpretado por John Malkovich, de Raoul Ruiz (quien sigue siendo un desconocido para muchos, incluso para algunos programadores a los que le sugerí hacer una retrospectiva mientras que intuía que no sabían de quién estaba hablando; Ruiz es un realizador cuya sofisticación y genio develan cuanto queda por inventar respecto del lenguaje cinematográfico, y que no todos le conozcan hablan de un estado de cosas). La otra película fue Offside, de Jafar Pahani, film sobre la pasión futbolera de las mujeres iraníes, pasión incompatible con la política de Estado y de estadios, pues si se pertenece al género “débil” no se tiene el derecho de ver un partido de fútbol en una cancha.

En la sección Una Cierta Mirada había películas interesantes. Tenía especial interés por ver Il regista di matrimoni, de Bellocchio, Ten canoes, de Rolf de Heer, y la otra de Linklater, pero, nuevamente, mi deseo iba a contramano de las obligaciones de trabajo. Y por mis deberes de programador tuve la suerte de asistir a un momento menor pero histórico: la presentación de la película de Paz Encina, Hamaca paraguaya, primer film de Paraguay y hablado íntegramente en guaraní. Minimalista y abstracta, el film de Encina supone estar situado en 1935, pero bien podría ser hoy, o incluso un impreciso tiempo mítico. Cándida y Ramón esperan por su hijo que se ha ido a la guerra, quizás muerto, quizás sobreviviente. Extrañamente narrativa, el film de Encina se caracteriza por su planificada lentitud y encuadres detallados. Un film que evita los primeros planos y que utiliza la voz en off como la conciencia parlante de su relato, no muy lejos del estilo de La delgada línea roja, de Terence Mallick. Antibelicista aunque pesimista, Hamaca paraguaya, producida por Lita Stantic, recibió una ovación en su presentación, y molestó a más de uno de los que sostienen que este tipo de película latinoamericana se hacen para los festivales extranjeros, argumento inválido que dice más sobre la conducta del espectador vernáculo y los canales de exhibición en nuestro país.

El otro film latinoamericano en esta sección era El Violín, del mejicano Francisco Vargas. Su inicio no promete, más bien asusta: una escena de tortura demasiado estetizada y justo en el límite de lo tolerable. Pero después el relato se fortalece, gana en honestidad, y Vargas demuestra que entiende muy bien lo que está en sus manos. Aquí el contexto es la guerrilla mejicana, y como en el film de Encina, el tiempo histórico es vago, a pesar de que supone ser contemporáneo. Políticamente, el film se circunscribe a la lucha por la justicia, sin aportar elementos de juicios capaces de analizar las contradicciones económicas y sociales que se predican del antagonismo tangible de su historia. El pacifismo de Vargas (y el de la mayoría de los filmes exhibidos en Cannes), circunscribe su retórica a postular un humanismo de mínimas. Aquí la música y su aprendizaje, o cómo un militar embrutecido reconoce que tocando el violín humaniza su obediencia castrense, fundamento de su crueldad.

Y el humanismo hasta puede llegar a ser peligroso, al menos cuando sirve para despolitizar el conflicto social. Salvador, del español Manuel Huerga, retrata la vida del joven militante del Movimiento Ibérico de Liberación, Salvador Puig Antich, ejecutado cruelmente el 2 de marzo de 1974. Sin dudas, el sadismo de Franco tenía su expresión más pura en el garrote, ejecución perversa si las hay. Sin embargo, Salvador, logra en su retrato humanista de Puig Antich (interpretado estoicamente por el germano Daniel Brühl en un perfecto castellano y catalán) traicionar, o al menos debilitar los fundamentos de una lucha política. El procedimiento consiste en enfatizar la personalidad, no sus ideas. Salvador, al igual que Diario de una motocicleta, más allá de las buenas intenciones, catoliza la indignación política, hace del revolucionario un mártir. El problema principal es que películas como Salvador canonizan un tipo de nuevo biopic político, en el que el individuo está por encima de lo social, y en el que la historia se simplifica en favor del heroísmo individualista.

Luxury Car, de Wang Chao, fue la ganadora de esta sección. También humanista, aunque políticamente lúcida, el film de Chao es menos emotivo que su anterior obra, El huérfano de Anyang, pero como en aquella ocasión muy bien sintetiza el actual devenir capitalista de China. La puesta en escena es exacta, y los intérpretes y sus vínculos dan cuenta de una alteración sustancial en el estilo de vida. La historia mínima de su trama, un maestro rural en búsqueda de su hijo que no ve en años mientras visita a su otra hija que oficia de scort en Wuham, es suficiente para reflejar la historia de una nación perpleja. Wang Chao no es Jia Zhanke, pero comparten una sensibilidad, una inquietud común.

Si hay riesgo estético en Cannes hay que buscarlo en la Quincena de los Realizadores o en La Semana de la Crítica. De seguro, sexo había en todas las muestras. El cine del sexo, categoría que remite a El imperio de los sentidos, y que implica una concepción de cine de autor con escenas o temáticas sexuales, sigue vigente y en plena forma. Basta hacer memoria y corroborar Batalla en el cielo de Reygadas en la edición anterior. El director del festival de Hamburgo, Albert Wiederspiegel, mi jefe, me decía que el sexo siempre interesa, y si nada interesante se tiene para decir una buena erección siempre llama la atención, incluso hasta puede propiciar un escándalo, excelente argumento de ventas.

Los ángeles exterminadores venía precedido de un verdadero escándalo: la demanda de una actriz por abuso sexual por parte de su director, Jean-Claude Brissau. El realizador de Cosas secretas elabora oblicuamente la demanda que lo llevó a juicio, en una película extravagante y metafísica sobre un director de cine a punto de realizar una película sobre los placeres femeninos y sus tabúes. La mayor parte de Los ángeles exterminadores gira en torno al casting del film en cuestión, el que consiste en masturbarse frente a cámara. Una vez elegidas las tres actrices éstas comienzan a vivir una suerte de terapéutica dramática y erótica, en donde el director cumple casi el rol de un analista. La película es muy divertida e inteligente, y sus escenas sexuales de lesbianismo son sobresalientes, pues evitan el cliché pornográfico como la estetización ridícula del placer sexual. Brissau y sus actrices estaban presentes durante la función. Finalizada la película la gente aplaudía de pie. Pensar tal situación en Argentina era intimidante, imposible. Las chicas felices; el público también.

Y había un argentino en la Quincena de Realizadores. Lisandro Alonso, presentaba su tercera película, Fantasma. No hay en el extranjero, al menos entre directores de festivales y críticos, quien no estime a Los muertos como una obra maestra. Fantasma reúne al protagonista de aquel film, Argentino Vargas, con Misael Saavedra, el personaje de La libertad, en un fantasmal Teatro General San Martín de la Capital Federal. Ambos deambulan por el centro cultural, aunque algunas otras almas errantes interactúan con ellos. No se encuentran, aunque Vargas puede haberse encontrado a sí mismo, al menos cuando llega a la sala Lugones del Teatro para ver el estreno de Los muertos. Fantasma tiene múltiples accesos interpretativos, si se quiere, y encuentra en Goodbye Dragon Inn, de Tsai Ming Liang, una influencia constatable, aunque desprovista de nostalgia. El diseño de sonido parece música concreta, y bien acompaña los coreográficos planos secuencia característicos del director. Un misterioso y prolongado fundido en negro anuncia en el inicio un posicionamiento estético, acaso también un grito traducido en imágenes. Es posible que el sentimiento dominante aunque indemostrable de la tercera película de Alonso sea la rabia, y no la nostalgia. El cine de Alonso es un cine que en la Argentina solo lo ven los fantasmas.

En esta misma sección estaba The Host, de Bong Joon-Ho, el que no pude ver, y Day night Day night, la inquietante opera prima de Julia Loktev sobre una adolescente que decide inmolarse en Times Square a plena luz del día. El film de Loktev es prácticamente mudo, aunque materializa la determinación y el dolor de quien decide matarse en nombre de una causa política, jamás develada en la película. Day night Day night deja constancia de que New York sigue siendo vulnerable. ¿Quién puede imaginar a una niña de 15 años a punto de dinamitarse?

La gran película de Cannes fue Juventud en marcha, de Pedro Costa. El síntoma descifrable: a diferencia del resto de las películas de la competencia oficial el film de Costa contaba con una sola exhibición, y en el horario secundario de las 16.45. Se podría pensar que la duración de la película determinaba el por qué de una única función, pero Southland Tales tenía más o menos el mismo metraje. La inclusión del film de Costa puede entenderse como una culpa artística. Cannes debe ser algo más que negocios, repetirá el inconsciente de Thierry Frémaux, su último responsable.

Ubicada a metros de la alfombra roja, la pantalla gigante que proyecta la llegada de las celebridades no mostraba nada ni a nadie. Se transmitía el vacío. Al pisar la alfombra me tropiezo por segunda vez en mi vida con Willem Dafoe, acompañado de una rubia, unos veinte años más joven que él. ¿Qué hace el Cristo de Scorsese en la función de Costa? El Código Da Vinci ya pasó. Sigo mi camino y me siento en mi butaca. En la sala también se transmite lo que está ocurriendo afuera. Se trata de producir un efecto Pavlov en la audiencia: sentados sabemos quien viene y lo vamos deseando. De pronto, Dafoe se pavonea por la alfombra roja y es la única imagen que viene del exterior. La cámara lo sigue a todas partes y el ríe. Es sospechoso. Quizás Frémaux lo contrató para que una estrella de Hollywood ilumine la total insignificancia de los actores de Costa, la mayoría de ellos no actores que viven en los suburbios de Lisboa. Pero Costa no llega solo. El protagonista de Juventud en marcha está a su lado. La cámara no tiene más remedio que dejar de lado al irónico Dafoe. Llegaron los artistas. El público recibe a Costa y compañía con respeto. Si está en Cannes es por algo, habrán de pensar. Veo pasar al talentoso Nuri B. Ceylan, el único director que tiene una película en competencia y que le interesa ver otro film de la misma. Y cuando todo está listo llega el jurado. Lucrecia Martel sentada al lado de Elia Suleiman. Tim Roth inquieto, como sabiendo que el film que se viene es lento, lentísimo. Llega Wong Kar Wai y sus anteojos. ¿Se los sacará?

Con más de 15 meses de trabajo y ensayo, y con más de 320 horas de películas, Juventud en marcha sigue los acontecimientos de la vida de un hombre mayor llamado Ventura, quien está a punto de dejar los suburbios en donde vivió por siempre para mudarse a unos apartamentos otorgados por el Estado. Su mujer, Clotilde, lo acaba de abandonar. Durante el film que dura más de 2 horas y media, se repite una poesía-carta que Ventura recita para la ausente Clotilde, a quien nunca conocemos. Algunos personajes de otras películas de Costa interactúan con Ventura. Vanda, por ejemplo, ya no vive entre los escombros de Fonthinas, sino en un apartamento similar al de Ventura. Y eso es todo. O casi.

La noción de encuadre es exquisita. La mayoría de las escenas están tomadas desde el ángulo izquierdo del cuadro, son planos medios o generales sin movimientos, y, naturalmente, sin montaje, cuyos tiempos están dados por la lógica de la escena. Los movimientos de cámaras a veces introducen el cambio de una escena a la otra. Costa desarrolla una concepción del espacio cinematográfico, muy bien enraizada respecto de su temática predilecta: el habitar. Durante todo el metraje Costa juega con los contrastes de las viviendas, el blanco y el negro, lo pequeño y lo enorme. En un momento, dos personajes están acostados mirando la pared destruida en donde todavía viven. Por las noches, en el reflejo de la luz exterior ven sombras proyectadas y formas sugeridas por las costras heteróclitas de la pared. Con ellas tejen historias, narran. Próximos a mudarse se preguntan: ¿qué historias contaremos en esas paredes impecables, higiénicas, blancas? Vanda, quien ya está instalada en unos de esos condominios del gobierno, tiene prendida la televisión durante todo el día. Ya no cuenta historias.

Mientras que la gente se iba yendo y un miembro fundamental del jurado dormía, Juventud en marcha impregnaba de realidad el auditorio Lumiere. Era el cine del futuro, el que todavía no tiene un público, el que le falta un pueblo. Costa no ganó absolutamente nada, puesto que de entrada ya había triunfado en otra competencia sin jueces y sin público. El cine gana porque su cine extrae realidad de la realidad, y ese es su premio, el poder del artista obstinado por dignificar la vida que crece entre los escombros. Al finalizar, la gente que decidió esperar y ver le brindó una ovación sostenida por 20 minutos. La cámara mostró el rostro de Ventura, vestido de gala y discretamente emocionado. Alguna lágrima minúscula se podía divisar en su cara. Costa también reía, más bien sonreía. Su risa era distinta a la del otro Pedro, cuya carcajada a veces se confunde con el aullido de los lobos.

Copyleft 2000-2006/Roger Alan Koza

lunes, julio 17, 2006

Estrenos del 13/07/06

**** Obra maestra *** Hay que verla ** Válida de ver * Tiene un rasgo redimible · Sin valor

por Roger A. Koza.

Vergüenza ajena

Bañeros 3 todopoderosos, Argentina, 2006.
Dirigida por Rodolfo Ledo. Escrita por Salvador Valverde Calvo y Freire.

· Sin valor


Este espanto abyecto del director de Papá se volvió loco es peor que su precedente e ideológicamente más peligroso, un síntoma de algo vendido como bien argentino que encierra un misterio sociológico insondable, aunque necesario de ser pensado y analizado. Una película en la que se destacan interpretativamente los perros y una actriz ridiculizada como ballena.


Puede haber apologistas de este tipo de películas, espectadores dispuestos a aceptar lo inaceptable. Quizás un argumento en defensa de Bañeros 3 Todopoderosos es esgrimir su supuesta convicción de apostar a un cine popular, acaso para todo público. Sí, los niños aquí pueden aprender a reírse de los gordos, de los chinos, de los travestís, hasta comprender que la auténtica belleza es la interior y que si desean hacer el bien los verdaderos poderes están alojados en ese impreciso espacio llamado alma. Pero la tercera parte de esta saga impresentable dista de ser inocente y popular.

La trama es mínima: los nuevos bañeros, unidos a los viejos personajes de la saga, interpretados por Disi y Renni, tienen que detener el plan siniestro de una mafia china con ramificaciones en nuestro país, cuyo objetivo es reproducir e inocular genéticamente la obediencia de los perros en los seres humanos. Es una batalla contra la sumisión colectiva. Tal eje narrativo está hilvanado por un conjunto de gags sin timing, más parecidos a un puñado de sketches preadolescentes desprovisto de creatividad y comicidad alguna.

¿Dominar la voluntad humana? ¿Humor de vacaciones? La ideología está expuesta. He aquí una película que celebra la misoginia y la xenofobia bajo la excusa del humor picaresco aunque orientados a todas las edades. Probablemente, el desfile de pechos remita a la infancia, mientras que la hilera de nalgas que pueblan varios fotogramas esté al servicio de los papis que acompañan a sus hijos. Pero sin duda la familia habrá de entender que la mujer es un objeto y su cuerpo una mercadería de exhibición. Los remates chistosos de Yayo, quien tiene aquí un par de cameos, condensan el desprecio de la película por el universo femenino como su contenida aunque verificable homofobia. Y si el deber de estos héroes todopoderosos es impedir que el poder mafioso manipule la voluntad de la población, la obligación del público habrá de ser observar cómo, la publicidad en su repetición infinita, doblega la voluntad crítica y receptiva; sólo un espectador dócil puede ofrendarle pleitesía a este producto que no respeta ni su inteligencia, ni su deseo legítimo de reír ante una buena comedia.

Televisiva y narrativamente incoherente, Bañeros 3 Todopoderosos permite revisar las categorías de lo popular y lo masivo, y dar cuenta que la yuxtaposición de dichos términos es un error conceptual. Cine popular hacían Chaplin, Keaton y Tati. Cine popular hacen también Trapero, Szifron y Favio. Lo popular como categoría que representa la vida anímica de quienes viven trabajando y que van al cine de vez en cuando a entretenerse, emocionarse y quizás aprender. Promesas traicionadas por este producto pensado para el consumo de masas en donde se venden oblicuamente ropa deportiva, electrodomésticos, revista de actualidad, hasta posibles viajes en cruceros. Será por eso que, en su obsceno delirio narrativo, la película concluya aludiendo a Náufrago, de Zemeckis, aquella en la que Tom Hanks quedaba varado en una isla desierta. Aquel filme sigue siendo uno de los casos más desvergonzado de publicidad en el cine. Se trata de vender, solamente.


Copyleft 2000-2006
Roger Alan Koza / Con los ojos abiertos
Todos los derechos reservados
* Esta crítica fue publicada con algunos cambios menores por el diario La Voz del Interior de la ciudad de Córdoba en su edición del 14 de julio de 2007.

ALGUNOS ESTRENOS DE JUNIO

**** Obra maestra *** Hay que verla ** Válida de ver * Tiene un rasgo redimible · Sin valor

por Roger A. Koza.

Mi herida narcisista

Enredos del corazón, EE.UU., 2005
Escrita y dirigida por Mike Binder.

** Válida de ver

La película de Mike Binder ofrece una de las mejores interpretaciones de Conster, y aunque un giro canalla y consevador deteriora el film en su conjunto, esta comedia permanece siendo aceptable.

Estados Unidos produce películas con la misma eficiencia con la que produce y exporta gaseosas, hamburguesas, zapatillas y tecnologías diversas. Año tras año se manufacturan en serie cientos de historias que se consumen planetariamente con la naturalidad que se mastica un Big Mac. Hollywood no solo vende una concepción de mundo sino también un estándar narrativo, una forma de contar, acaso una lógica de interpretar.
Enredos del corazón es uno de los tantos títulos proveniente de aquella industria triunfante. Tiene estrellas reconocibles, aparenta ser una comedia, no se predica de su propuesta cinematográfica ningún desafío estético y conceptual. Sin embargo, la película dirigida y escrita por el actor Mike Binder, sin ser una excepción, posee algún que otro momento genuino, y entre tanto metraje insulso made in USA, hasta llega a ser una película digerible, ligeramente nutritiva.
Mientras que los personajes se dirigen a un entierro, una voz en off dice: “La ira ha convertido a mi madre en una mujer muy triste y amargada”. La declaración pertenece a una de las cuatro hijas de Terry (Joan Allen), aunque es también la conciencia filosófica de la película, cuyo título original bien podría ser traducido como el beneficio de la ira. Lo que viene después es la reconstrucción de los últimos tres años en la vida familiar de los Wolfmeyer, que se inicia con el supuesto abandono del padre, enamorado de su secretaria sueca y perdido en alguna ciudad escandinava. Quien conozca el dolor, en materia amorosa, de ser reemplazado por otro, habrá de entender mejor el padecimiento de Terry, ese malestar ubicuo que los discípulos de Freud denominan herida narcisista. Y la reconstrucción de la autoestima lleva un tiempo, pues implica un proceso de reconstrucción íntima en donde la ira, precisamente, es una emoción dominante. Pero Terry no está completamente sola. Su vecino Denny (Kevin Costner), una pretérita estrella de béisbol de Detroit devenido en conductor de radio, habrá de aportar un poco de Eros.
Narrativamente despareja y formalmente convencional, Binder, quien además interpreta al mujeriego productor radial de Denny, pocas veces consigue acoplar el tono dramático del relato con el género al que pertenece la película: la comedia. La angustia predomina sobre lo cómico. Esta deficiencia puede verificarse en la marcada elección musical que acompaña a todas las escenas cómicas, un motivo melódico típico que funciona como refuerzo narrativo y guiño al espectador: aquí hay que reírse. Por eso, las mejores escenas son aquellas que confían en el poder de las imágenes y en la autenticidad de sus intérpretes, como en ese pasaje en el que Costner y Allen ríen acostados en la cama, o cuando las cuatro hijas y su madre, casi al finalizar la película, se reúnen a cenar en el patio de la casa tras haber superado un evento traumático.
Si bien Binder apuesta y juega una sospechosa carta final que pone en tela de juicio el conjunto del relato, Enredos del corazón transmite un espíritu de libertad a contramano del conservadurismo imperante en el país gobernado por cowboys ignorantes. Una curiosa cita, casi inadvertida, sobre el Ladrón de bicicletas de Vittorio De Sica, es quizás el mejor comentario político y cultural de la película: a los norteamericanos no les gusta leer subtítulos.
OTROS TITULOS
Dos por el dinero, EE.UU., 2005
Dirigida por D.J. Caruso. Escrita por Dan Gilroy
* Tiene un rasgo redimible
Déjà vu , término esotérico con el que se intenta explicar una sensación de familiaridad y de repetición respecto de una experiencia nueva, a veces bajo la sospecha de que ya se ha vivido aquello que se supone es novedoso. Seguramente, Dos por el dinero no habrá de remitir a su espectador a los misterios de las vidas pasadas, pero éste bien podrá advertir que esta película ya la ha visto.
Basada en un hecho real, el nuevo film de Caruso (Robando vidas) podría partir bajo la aclaración este film está inspirado en Jerry Maguire . Al Pacino no es Cuba Gooding Jr., pero el “muéstrame el dinero” de aquella película bien podría ser el mantra de su personaje, el presidente de una agencia de pronósticos deportivos. En verdad, Dos por el dinero es una cruza menos ambiciosa entre Un domingo cualquiera y Wall Street de Oliver Stone, películas que delimitan ajustadamente el universo simbólico del film de Caruso: la subjetividad capitalista.
Brandon Lang (Matthew McConaughey, un poco más actor aunque cada más fisicoculturista), alguna vez un “quarterback” destacado de un equipo de fútbol americano de Las Vegas, tiene el don de predecir los resultados de la liga universitaria. Una herida crónica le impide jugar el deporte que su padre consideraba una religión y que él mismo lo entendía como un camino de purificación, pero su conocimiento directo del juego es un potencial negocio. Así lo concibe Walter, el personaje de Al Pacino, quien contrata a Lang y lo lleva a Nueva York para convertirlo en miembro del staff de su empresa y en una estrella televisiva de predicciones deportivas, que sirve para orientar el juego clandestino de apuestas, afición ilegal de ricos y pobres. Pero no solo de negocios viven los hombres. Detrás de estos personajes hay historias de abusos, abandonos, adicciones. Como lo expresa la propia mujer de Walter (la excelente Rene Russo): “Estamos jodidos”.
Cinematográficamente elemental, Dos por el dinero es una película de guión reforzada por la profesionalidad de algunos miembros del elenco, aunque la inconsistencia narrativa pueda constatarse, por ejemplo, en tramas secundarias que incluyen a un mafioso puertorriqueño y un empleado ejemplar de Walter, interpretados respectivamente por Armand Assante y Jeremy Piven, ambos desperdiciados en sus roles. Tal impericia se verifica también en la excesiva duración de la película, cuyo metraje es proporcional a su avidez de decirlo todo sin reconocer la elegancia de la sugerencia. Ello no impide reconocer el acierto por parte de Caruso de evitar la obligatoria escena de violencia propia de una película de apostadores. ¿Una película sin balas? Aquí la orina reemplaza a la pólvora, y si parece una grosería es preferible dicha opción a la naturalización sistemática del asesinato como forma de vida.
Como la sobrevaluada Match Point, Dos por el dinero comparte la cosmovisión del film de Allen: la vida y el juego, la rigen el azar, aunque es preferible otorgarle a los acontecimientos cierto orden secreto, descifrable, predecible. Como dice Walter se trata de vender “certeza en un mundo de incertidumbres”. Pero a diferencia del film de Allen, no es la culpa atravesada por el existencialismo ruso de Dostoyevski lo que preocupa a Caruso, sino el juego como estimulante existencial en una sociedad definida por la timba a gran escala. En ese sentido, Dos por el dinero postula una extensión de la lógica del juego a la secreta racionalidad que regula el mercado. Los vencedores no creen en la suerte. La supuesta mano invisible que ordena la economía les acaricia. Es una bella y perversa ilusión para una cultura de la competencia infinita. Una quimera de la que Brandon Lang habrá de eludir para abrazar otra fantasía no menos perversa: la pureza de los pueblos chicos.
La desaparición de Madame Rose, Francia, 2005.
Dirigida por Pascal Thomas. Escrita por P. Thomas y Nathalie Lafaurie.
* Tiene un rasgo redimible
En tiempos en donde la literatura puede ser confundida por un simulacro de ella denominado best-seller , el cine, acaso literatura por otros medios, mezquina e imprecisa definición, también experimenta su vulgaridad mercantilista. Se habla de blockbusters , de tanques cinematográficos. De allí una película basada en un libro de Agatha Christie, en vez de un ramplón tratado teológico-político y novelístico de Dan Brown, es un buen síntoma.
Lo singular de La desaparición de Madame Rose, adaptación de El cuadro, también conocido como Matrimonio de sabuesos (y en inglés, By the pricking of my thumbs), es que la trama en su conjunto ha sido desplazada de la campiña galesa a la francesa. La novedad del filme de Pascal Thomas es la apropiación cultural del universo anglosajón de Christie y su traducción concomitante a un contexto esencialmente galo. El suspenso, la lógica deductiva puesta al servicio del esclarecimiento de un crimen, el retrato psíquico de los sospechosos permanecen yuxtapuestos a una perspectiva más sociológica que psicológica. Hay un ethos que examinar, y los crímenes son una excusa para indagar.
El coronel Béresford (el excelente André Dussollier) se especializa en materia de seguridad y vigilancia, cuyo objetivo principal es velar por el bienestar de Europa. Su mujer, Prudence (Catherine Frot), no tiene una profesión determinada, pero posee una intuición particular para detectar irregularidades de todo tipo. Un día cualquiera visitan a la tía del coronel recluida en un geriátrico, también militar. Ella sospecha que en la casa de retiro están asesinando a sus internos, los envenenan, quizás vendan sus órganos, sostiene. Una compañera de la tía, una trastornada mujer, Rose (Génèvieve Bujold), parece confirmar su especulación, mientras que intercambia unas palabras con Prudence. Días después muere la tía, y, misteriosamente, Rose desaparece, aunque un cuadro obsequiado por Rose a la parienta difunta precipita la imaginación detectivesca de Prudence y su obsesión compulsiva a resolver el caso. El cuadro es una mancha, un indicio de que algo no está bien.
Onírica y atmosférica, La desaparición de Madame Rose oscila entre la comedia y el policial, sin conseguir urdir lo humorístico y lo criminal en función de su trama. Si el filme de Thomas se sostiene es por el conjunto de sus intérpretes y su puesta en escena. En ese sentido, uno puede comprender la conformación social de quienes habitan la campiña francesa, pues los detalles elegidos por Thomas funcionan como una exposición precisa de un estilo de vida. “Las aldeas pacíficas no existen”, dice un personaje. Ese es el inconsciente de la película, su tesis encubierta, el mensaje que no llega del todo a esclarecerse pero que insiste en enunciarse: hay mugre y perversión por detrás de la armonía social de los pequeños pueblos.
La desaparición de Madame Rose es una película menor, imperfecta, por momentos perezosa en extraer de sus elementos constitutivos la riqueza de su propuesta. Thomas no es Claude Chabrol, ni Bruno Dumont, por ejemplo, realizadores capaces de plasmar magistralmente el malestar bucólico. Pero Thomas, a diferencia de éstos, no dimite de valerse del humor; una decisión valiente y arriesgada que ennoblece un resultado no del todo satisfactorio.
Copyleft 2000-2006
Roger Alan Koza / Con los ojos abiertos
Todos los derechos reservados
* Las tres críticas fueron publicadas durante el mes de junio por La Voz del Interior, matutino de la ciudad de Córdoba.

OJOS ABIERTOS EN VALLE HERMOSO AGOSTO Y SEPTIEMBRE 2006

CINECLUB CON LOS OJOS ABIERTOS
VALLE HERMOSO EN BIBLIOTECA JOSÉ MÁRMOL
PROGRAMACIÓN AGOSTO-SEPTIEMBRE 2006

FUNCIÓN ESPECIAL DEL SÁBADO 5 DE AGOSTO

Sábado 5 de agosto a las 20.30hs:
Cándido López: los campos de batalla, de José Luis García, Argentina, 2005. 102 minutos / Apta para todo público.

Antes de la presentación se ehxibira Emiterio, de Diego Seppi y José Tabarelli, Argentina, 2006. El director Diego Seppi estará presente en la función.
“Hubo una vez en Sudamérica. Cuando los límites entre los países eran aun imprecisos. Una guerra que apenas figura en los libros de historia”. El consistente y necesario film de José Luis García materializa en imágenes lo que el historiador Tulio Halperín Donghi denomina el orden poscolonial, es decir el período histórico en donde se constituyeron los Estados-Naciones del Sur de América Latina a mediados del siglo XIX. Y el medio de reconstrucción del tiempo pretérito es la pintura de Cándido López, el artista y militar manco que a través de sus cuadros registró la sangrienta guerra contra el Paraguay perpetrada por la Triple Alianza. García parece entender su película como un viaje exploratorio, aunque más apropiado sería pensar a Cándido López como un trabajo de arqueología simbólica. En efecto, en su periplo el joven realizador espiga entre los desechos de la historia y encuentra que el pasado todavía proyecta su herencia en el presente. El imperialismo, la deuda externa, los efectos del vetusto orden poscolonial siguen vigentes, cuyo ejemplo más evidente es la proscripción del guaraní como lengua oficial del Paraguay, medida tomada tras la derrota en 1870, cuya validez caducó en 1992, más de ciento veinte años después. Si los combatientes carecen de ojos en los cuadros de Cándido López, y solo los muertos tiene el derecho a poseer un rostro y una mirada, García les presta al espectador unos lentes poderosos para escrutar la historia que poco se sabe aunque muy a menudo se repite. (RK).

Emiterio: El premiado cortometraje documental de Diego Seppi y José Tabarelli es un ejemplo virtuoso de cómo evitar lo pintoresco y lo turístico a la hora de explorar un pueblo y una cultura periférica y lejana, en este caso característico del norte argentino. Emiterio Gutiérrez, un tejedor, además de coplero y animador (así denominan a quienes reemplazan a los curas en las misas) es el anfitrión de la mirada de los jóvenes realizadores, que en menos de 30 minutos logran capturar un estilo de vida sin adulterar su naturalidad. Estéticamente elegante y antropológicamente honesta, Emiterio, a través de un conjunto de panorámicas, planos medios y primeros planos, devela las coordenadas simbólicas y materiales de los pobladores de San Isidro, Iruya, cordillera Oriental Salteña. La copla, el tejido, el paganismo yuxtapuesto al cristianismo, las tecnologías pretéritas combinadas con tecnología de avanzada, la transmisión de saberes tradicionales no del todo integrados al sistema de educación estándar, son parte del descubrimiento de este film, cuya prolijidad formal está al servicio de una inquietud antropológica legítima. (RK)

Sábado 19 de agosto a las 20.00hs: Yo y vos y toda la gente que conocemos, de Miranda July, EE.UU., 2005.

91 minutos / No recomendada para menores de 16 años.
Antes de la película principal se proyectará el cortometraje Pequeño Caos, de R.W. Fassbiinder, Alemania, 1966.
Recientemente exhibida en el BAFICI, la opera prima de Miranda July, que además escribió el guión e interpretó a uno de los personajes del film, es una auténtica comedia de cine independiente estadounidense con todos los temas tan caros y propios del género (familias disfuncionales, la incomunicación social, el sexo como último refugio del sinsentido, la mediocridad de la vida suburbana) aunque desprovista del cinismo y posmodernismo chato del indie. July está en las antípodas del cine de Solondz, por ejemplo. En efecto, Yo y vos y toda la gente que conocemos, destila ternura por todos sus personajes, sin dejar de postular una defensa irrestricta por el derecho a la excentricidad. Lo que une a un padre recién separado y sus dos hijos, una videoartista que trabaja como chofer de ancianos, unas adolescentes vírgenes, una solterona directora de un museo, es, precisamente, una visión utópica y transgeneracional sobre la libertad, bien correspondida por la estética del film, despojada y desmarcada de todos los convencionalismos característicos del cine hollywoodense. (RK)

Sábado 2 de septiembre a las 20.00hs:
Nadie sabe, de Kore-eda Hirokazu, Japón, 2004.
140 minutos / No recomendada para menores de 13 años.
Basada en “El caso de los cuatro niños abandonados de Nishi Sugamo”, el cuarto largometraje de Kore-eda es un estudio analítico y conmovedor de la infancia, y del lugar o no que los adultos tienen en ella. ¿Qué pasaría si se creciera sin adultos? De esta pregunta se predica el nudo narrativo de Nadie sabe, al menos cuando la madre de los niños sin muchas explicaciones no regresa un día al hogar. Kore-eda ofrece también un retrato de la ciudad de Tokio como un espacio urbano destinado a la invisibilidad y la indiferencia, muy bien establecido entre los planos generales de la ciudad en constraste con los planos detalles de los niños, dentro y fuera de la casa. No sorprende que Yagira Yuuya, quien interpreta al mayor de los hermanos, haya ganado en Cannes 2004 el premio a mejor actor, pues todas las interpretaciones son superlativas, a tal punto que uno puede olvidar que entre lo que se ve y quien esta mirando hay una cámara de por medio. (RK)

Sábado 16 de septiembre a las 20.00hs:
El cameraman, con Búster Keaton, de Edward Sedgwick, EE.UU., 1928.
78 minutos / Apta para todo público. Antes de la película principal se proyectará Una vida iluminada, de Alexander Sokurov, Rusia, 1996.
Film de 1928 de Buster Keaton sobre los problemas y las cuestiones principales a la hora de hacer cine. Dirigido por Edward Sedwick, la película sigue las aventuras de Keaton mientras intenta llegar a ser un camarógrafo para la compañía de noticias Hearst, e incluye algunos de los mejores detalles sobre las técnicas y la psicología implicadas en el hecho de hacer películas vistas en una película. En muchos sentidos, el film resume la carrera entera de Keaton, y es una excelente pieza de compañía del otro film de Keaton sobre la naturaleza de las películas, Sherlock Jr. (Don Drucker, Chicago Reader)

Sábado 30 de septiembre a las 20.00hs:
El hombre oso, de Werner Herzog, Alemania-EE.UU., 2005.
104 minutos / No recomendada para menores de 13 años.
Antes de la película principal se proyectará el cortometraje El percusionista del bolero, de Patrick Laconte, Francia, 1992.
Que Herzog es uno de los maestros indiscutibles del medio, es incuestionable. Que el director de Aguirre, la ira de Dios es además un gran documentalista, es también incuestionable. El hombro oso es un film típico y atípico. Típico porque el personaje central de este documental, Timothy Treadwell, bien podría haber sido un descendiente lunático de Klaus Kinski. Este conservacionista independiente y educador amateur, alguna vez alcohólico y depresivo, vivió durante los últimos quince veranos de su vida en compañía de osos salvajes en una reserva de Alaska. Atípico porque una gran parte de las imágenes de El hombre oso provienen del material audiovisual filmado por el propio Treadwell en sus expediciones solitarias, un recurso que Herzog no suele utilizar en sus documentales, aunque su inteligencia (y su ética) se verifica en aquello que decide mostrar y no mostrar respecto de lo “rodado” por Treadwell. Herzog fascinado por este hombre al que considera un extraño colega suyo, ofrece una meditación extraordinaria sobre los límites de la razón y la civilización, y la interacción impredecible entre la naturaleza y los hombres. Treadwell es curiosamente un alter ego del realizador, aunque sus concepciones respecto de la naturaleza de la naturaleza sean esencialmente opuestas. (RK)

TODAS LAS PELÍCULAS SE EXHIBEN EN FORMATO DVD

OJOS ABIERTOS EN VILLA GIARDIANO AGOSTO 2006

CINECLUB CON LOS OJOS ABIERTOS/VILLA GIARDINO
EN EL CINE TEATRO GIARDINO
PROGRAMACIÓN AGOSTO 2006


FUNCIÓN ESPECIAL DE AGOSTO 6

Domingo 6 de agosto a las 20.00hs:
Emiterio, de Diego Seppi y José Tabarelli, Argentina, 2006.
29 minutos / Apta para todo público.
*El director Diego Seppi estará presente en la función.

El premiado cortometraje documental de Diego Seppi y José Tabarelli es un ejemplo virtuoso de cómo evitar lo pintoresco y lo turístico a la hora de explorar un pueblo y una cultura periférica y lejana, en este caso característico del norte argentino. Emiterio Gutiérrez, un tejedor, además de coplero y animador (así denominan a quienes reemplazan a los curas en las misas) es el anfitrión de la mirada de los jóvenes realizadores, que en menos de 30 minutos logran capturar un estilo de vida sin adulterar su naturalidad. Estéticamente elegante y antropológicamente honesta, Emiterio, a través de un conjunto de panorámicas, planos medios y primeros planos, devela las coordenadas simbólicas y materiales de los pobladores de San Isidro, Iruya, cordillera Oriental Salteña. La copla, el tejido, el paganismo yuxtapuesto al cristianismo, las tecnologías pretéritas combinadas con tecnología de avanzada, la transmisión de saberes tradicionales no del todo integrados al sistema de educación estándar, son parte del descubrimiento de este film, cuya prolijidad formal está al servicio de una inquietud antropológica legítima. (Roger Koza, programador)

Domingo 6 de agosto a las 20.30hs:
Cándido López: los campos de batalla, de José Luis García, Argentina, 2005.
102 minutos / Apta para todo público.

“Hubo una vez en Sudamérica. Cuando los límites entre los países eran aun imprecisos. Una guerra que apenas figura en los libros de historia”. El consistente y necesario film de José Luis García materializa en imágenes lo que el historiador Tulio Halperín Donghi denomina el orden poscolonial, es decir el período histórico en donde se constituyeron los Estados-Naciones del Sur de América Latina a mediados del siglo XIX. Y el medio de reconstrucción del tiempo pretérito es la pintura de Cándido López, el artista y militar manco que a través de sus cuadros registró la sangrienta guerra contra el Paraguay perpetrada por la Triple Alianza. García parece entender su película como un viaje exploratorio, aunque más apropiado sería pensar a Cándido López como un trabajo de arqueología simbólica. En efecto, en su periplo el joven realizador espiga entre los desechos de la historia y encuentra que el pasado todavía proyecta su herencia en el presente. El imperialismo, la deuda externa, los efectos del vetusto orden poscolonial siguen vigentes, cuyo ejemplo más evidente es la proscripción del guaraní como lengua oficial del Paraguay, medida tomada tras la derrota en 1870, cuya validez caducó en 1992, más de ciento veinte años después. Si los combatientes carecen de ojos en los cuadros de Cándido López, y solo los muertos tiene el derecho a poseer un rostro y una mirada, García les presta al espectador unos lentes poderosos para escrutar la historia que poco se sabe aunque muy a menudo se repite. (RK).


Domingo 13 de agosto a las 20.00hs:
Tristram Shandy: la historia del gallo y el toro, de Michael Winterbottom, Reino Unido, 2006.
120 minutos / No recomendad para menores de 13 años.
Antes de la película principal se proyectará el pasaje titulado Primos, perteneciente a la película Cafés y cigarrillos, de Jim Jarmusch, protagonizado por Steve Coogan y Alfred Molina.

Esta adaptación cinematográfica del magistral libro acaso inadaptable La vida y las opiniones de Tristram Shandy de Laurence Sterne, ícono de la literatura anglosajona del siglo XVIII, es tan divertida e inteligente como 24 party hour people, película anterior del prolífico y versátil Michael Winterbottom. Más accesible y universal que aquel film sobre la historia de Manchester y su música de la década del 70, Tristram Shandy es más una película sobre una película que intenta adaptar un libro imposible de llevar al cine. El excelente comediante Steve Coogan es Tristram, su padre y él mismo, y su locuacidad sostiene el tono cómico y existencial que define la identidad de la película. Tras una primera media hora brillante el resto del metraje quizás no contenga ni el ritmo, ni la sagacidad de su inicio, pero el film de Winterbottom está por encima de las comedias con piloto automático que pululan en cine contemporáneo. (RK)

Domingo 20 de agosto a las 20.00hs:
Rosetta, de Jean Pierre y Luc Dardenne, Bélgica, 1999.
90 minutos / No recomendada para menores de 13 años.
Antes de la película principal se proyectará Chaplin Today: Kiarostami explica El pibe de Chaplin.
En la impecable edición de MK2, bajo la dirección de Serge Toubiana, parte de la obra esencial de Charles Chaplin ha sido restaurada y digitalizada. La archiconocida El pibe la presenta Kiarostami; el director de Ten y Five afirma que el cine de Chaplin y el suyo están dominados por una lógica de la vida y no de la imagen. Rosetta de los hermanos Dardenne es un buen ejemplo de este linaje cinematográfico. En efecto, se trata de un cine cuya lógica trasciende la mera lógica de la imagen. Los Dardenne interpelan el presente sin condescendencia alguna; sus películas son films-reelámpagos que iluminan la tristeza y la desesperación del mundo con la pretensión de alterar, por mostrar, el orden simbólico que las produce. Y a veces lo consiguen. Justicia poética y ejemplo del poder político del cine, la ley laboral para adolescentes en Bélgica se llama Ley-Rosetta. Este film cuenta la historia de una adolescente de 17 años perteneciente a la clase trabajadora que intenta trabajar para mantener a ella y a su madre, una alcohólica compulsiva. El relato se circunscribe a mostrar la cotidianidad de Rosetta dividida entre rituales de supervivencia y su rutinaria búsqueda de empleo. Diríase que los Dardenne postulan un nuevo universo laboral al que consideran una zona de guerra: conseguir un empleo es participar en un combate. Si Brecht decía que el pan viene antes de la moral, aquí la sentencia adquiere una materialidad opresiva. Tal sensación es conquistada por una construcción formal subordinada al relato. La cámara persigue a Rosetta como si esta fuera un soldado en el frente: planos secuencias, cámara en mano, nada de música extradiegética. Rosetta es el film que mejor refuta la impostura del Dogma 95 y su predecible defunción. Cuando David Cronenberg le otorgó el palmar de oro en 1999 dijo: “Elegimos lo que representa el futuro del cine”. Lo sabemos: el desempleo disciplina, provoca comportamientos vergonzosos. Véase la escena en la que Rosetta delibera sobre dejar hundir en el río-pantano a su único amigo o salvarle: ¿supervivencia o solidaridad? Rosetta apuesta a un tipo de dignidad condensada en el último pasaje de su trama, en donde ambos personajes son testigos, como nosotros, de una metamorfosis. Es el gesto que convierte a un animal moribundo como Rosetta en un agente libre que impugna toda injusticia. (RK)

Domingo 27 de agosto a las 20.00hs:
El viento nos llevará, Abbas Kiarostami, Irán, 1999.
120 minutos / Apta para todo público.
Antes de la película principal se proyectará Chaplin Today: los hermanos Dardenne explica Tiempos modernos de Chaplin.

El viento nos llevará, otra obra maestra del iraní Abbas Kiartostami, film que transcurre en una aldea de Kurdistán, consigue extraer de la singularidad de esta comunidad y su cultura una suma de tópicos universales que sirven como un espejo viviente de la humanidad. El minimalismo de su historia, un hombre -quizás ingeniero, quizás cineasta aunque también periodista- tiene que esperar un evento único y propio de esa cultura; ello está relacionado con la muerte de una anciana y su concomitante ceremonia. Mientras él y el grupo de asistentes que lo acompañan (a quienes escuchamos pero jamás vemos) esperan, Kiarostami descubre un pueblo, sus costumbres y estilos de vida. Como en otros films del realizador se puede constatar una sensibilidad ética y política reflejada habitualmente en la relación que se establece entre personajes de clase media intelectual de Teherán y gente perteneciente a la clase trabajadora, por lo general, campesinos. Aquí, el pueblo es una metáfora del mundo y su diversidad, en donde ciertos contrastes estructurales como la tensión y oposición entre lo sagrado y lo profano, lo banal y lo sublime, lo singular y lo universal encuentran una expresión directa y particular. El viento nos llevará es una extensa poesía visual acerca de la impermanencia de los objetos y los sujetos, una meditación no desprovista de humor y suspenso (el film posee el mejor gag cinematográfico sobre los teléfonos celulares, y la construcción de su trama no está muy lejos del suspenso hitchcockteano) sobre el mundo en el que vivimos, aún cuando la comunidad retratada sea un exponente del supuesto “eje del mal”. No se exagera si se afirma que el cine iraní se define por una ética y un humanismo casi extintos en otras cinematografías, cuyas bases transcienden los versos del Corán y la confusa situación política del país. (RK)

TODAS LAS PELÍCULAS SE EXHIBEN EN FORMATO DVD


LISTA DE PELICULAS DEL CURSO EL OJO SOBERANO (SEGUNDA PARTE)



LAS PELÍCULAS QUE SE UTILIZARÁN PARA EL CURSO NO HAN SIDO ESTRENDAS COMERCIALMENTE EN ARGENTINA

La sonrisa de mi madre, de Marco Bellocchio, Italia, 2002.
Donnie Darko, de Richard Kelly, EE.UU., 2001
Nuestra música, de Jean Luc Godard, Francia-Suiza, 2002.
La toma, de Avis Lewis y Naomi Klein, Canadá 2004.
La casa de la felicidad, de Terence Davies, Reino Unido, 2000.
Lunes a la mañana, de Otra Iosselliani, Francia, 2001.
Batalla en el cielo, de Carlos Reygadas, México, 2004.
Hipo, de Gyorgy Palfi, Hungría, 2001
ABC Africa, Abbas Kiarostami, Irán, 2001.
A la cinco de la tarde, de Samira Mahamalbaf, Irán, 2005.
Diez, Abbas Kiarostami, Irán, 2002.
Los cobardes doblan las rodillas, de Guy Maddin, Canadá, 2005.
Días de eclipse, Alexander Sokurov, Rusia, 1988.
No sobre mis labios, de Alain Resnais, Francia, 2004.
El último bolchevique, de Chris Marker, Francia, 1994.
Memoria de un asesino, de Bong Joon-ho, Corea del Sur, 2004.
La corporación, de Mark Achbar y Jennifer Abbott, Canadá, 2004.
Días de santiago, de Josué Méndez, Perú, 2004.
Walt Mart, el alto costo de los precios más bajos, de Robert Greenwald, EE.UU., 2005.
Motivos chekovkianos, de Kira Muratowa, Rusia, 2003.
El intruso, de Claire Denis, Francia, 2004.
Enfermedad tropical, de Weerasethakul Apichatong, Tailandia, 2004.

VER ENTRADA DE ABRIL SOBRE EL CURSO EN EL HUGO DEL CARRIL